Nunca fue caballero de damas tan bien servido.


Queridos amigos:
“Vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba” (Cervantes).
El la Ruta de don Quijote nuestro valenciano universal halló la venta “a la salida del pueblo; casi las postreras casas tocan con ella. Más yo estoy hablando como si realmente la tal venta existiese, y la tal venta, amigo lector; no existe. Hay, sí,un gran rellano en que crecen plantas silvestres” (Azorín, o.c., VIII, La venta de puerto Lápiche).
En este indeterminado lugar en el deambular por los reinos de España,  Cervantes “¿no descansaría en esta venta, veces y veces, entre pícaros, mozas del partido, cuadrilleros, gitanos, oídores, clérigos, mercaderes, tirititeros, transumantes, actores” (Ib.).
Y allí el soñador enfermo a causa de los libros, porque ellos causan daño que es virtud, transformando al ser humano de animal y vegetal a alma y espíritu, abriendo la mirada más allá de la aparente realidad, viendo lo invisible a los ojos, lo esencial.
Así el caballero manchego mostró ser un sabio cuando “las primeras personas con que topó en el mundo fueron ‘dos mujeres mozas, destas que llaman de partido’; encuentro con dos pobres rameras fue su primer encuentro en su ministerio heróico. Más a él le parecieron ‘dos hermosas doncellas o graciosas damas, que delante de la puerta del castillo—pues tal tuvo a la venta—se estaban solazando’. ¡Oh poder redentor de la locura!”, exclama el sabio, D. Miguel de Unamuno, evocando “a aquella gloriosa Magdalena de que tan devota era Teresa de Jesús, y a la que encomendaba para que le alcanzase perdón” (cf. Vida, II).
Esta es la santa y sabia locura de quien leyó los Evangelios, de Francisco de Asís y Teresa de Calcuta. En este mundo de ventas grises y sombrías, donde el pícaro convive con el asceta, la locura del amor cristiano, el ágape y la mirada evangélica, nuestros ojos van más allá de lo que ven o dicen los demás son las personas. No hay pecadores, sino personas heridas por la vida que necesitan encontrar a locos que les hablen con las palabras de Jesús a las prostitutas, los publicanos y la Samaritana. Ay de los cuerdos, jueces inmisericordes de los demás.


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