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Andrés.

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Queridos amigos: “¡Encinares castellanos, / en laderas y altozanos, / serrijones [cordillera de montes de poca extensión, rae.es] y colinas / llenos de oscura maleza, /   encinas, pardas encinas / humildad y fortaleza”, escribió Antonio Machado. Es “bajo tu casta sombra, encina vieja / quiero sondar la fuente de mi vida / y sacar de los fangos de mi sombra / las esmeraldas líricas”, versos fluidos del corazón del poeta andaluz y español Federico García Lorca. Es allí, bajo un bosque de encinas, en el oasis del éxodo cervantino, donde sucede la primera heróica hazaña del recientemente armado caballero don Quijote. Pues “no había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura del bosque que allí había, salían unas voces delicadas como de persona que se quejaba […]. Y a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado a otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años” (I,, humilde y fuerte cual á

Nunca fue caballero de damas tan bien servido.

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Queridos amigos: “Vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba” (Cervantes). El la Ruta de don Quijote nuestro valenciano universal halló la venta “a la salida del pueblo; casi las postreras casas tocan con ella. Más yo estoy hablando como si realmente la tal venta existiese, y la tal venta, amigo lector; no existe. Hay, sí,un gran rellano en que crecen plantas silvestres” (Azorín, o.c., VIII, La venta de puerto Lápiche). En este indeterminado lugar en el deambular por los reinos de España,   Cervantes “¿no descansaría en esta venta, veces y veces, entre pícaros, mozas del partido, cuadrilleros, gitanos, oídores, clérigos, mercaderes, tirititeros, transumantes, actores” (Ib.). Y allí el soñador enfermo a causa de los libros, porque ellos causan daño que es virtud, transformando al ser humano de animal y vegetal a alma y espíritu, abriendo la mirada más allá de

Y, por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento.

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Queridos amigos: La escena es surrealista, dos mundos chocan entre sí, la visión de don Quijote y del lector, cada uno de ellos en un plano diferente. “Sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, […] por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo”, escribe Miguel de Cervantes en el capítulo II. Deja tras de sí, sin mirar atrás, porque “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios” (Lc 9, 62), dejando atrás como Lot las cenizas de su pasado (cf. Gn 19), la vida rutinaria, monótona e insípida de los hidalgos españoles anclados a las tierras de trigo y barbecho. “Allá en la línea remota del horizonte, aparecía una pincelada larga, azul, de un azul claro, tenue, suave; acá y allá, refulgiendo al sol, destacaban las paredes blancas, nítidas de las casas diseminadas en la campiña; el camino, estrecho, amarillento, se perdía ante nosotros, y de una banda y d

Se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto

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3.   Se daba a leer libros de caballería con tanta afición y gusto Queridos amigos: ¿Hay un paisaje más sugerente que una biblioteca? Pasear los ojos por el bosque de libros, detenerse en uno de ellos, abrirlo, leer entre líneas, volverlo a depositar es acariciar con las manos el romero, el espliego y el tomillo. Cada uno de nosotros construye su vida con los libros. Depositados en estanterías pintan el cuadro de nuestra persona, escriben la biografía de quien desde la infancia los recibió como obsequio o los adquirió por placer o por mandato de sus profesores. Son herencia de los mayores y presente para los menores. Nada más noble que comprar libros, aunque no se lean. Cada uno es un cofre cerrado para ser abierto con la llave de la curiosidad. En esta década de las táblets, los móviles y los libros electrónicos, leer un libro de papel es lo mismo que conversar con una persona cara a cara, mientras siendo útiles los e-book son como el whatsup, para un momento determinado y a

Vivía un hidalgo de los de lanza y astillero

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Queridos amigos:   Argamasilla, Villanueva de los Infantes, Alcubillas,… pueblos manchegos que disputan “el lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, bien cierto es que de nuestro universal caballero “nada sabemos de sus padres, linaje y abolengo, ni de como hubieran asentándosele en el espíritu las visiones de la asentada llanura manchega en que solía cazar; nada sabemos de la obra que hiciese en su alma la contemplación de los trigales salpicados de amapolas y clavelinas; nada sabemos de sus mocedades” (Miguel de Únamuno). Cervantes nos ofrece el retrato de un hombre de costumbres rutinarias, “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos”, es decir, “fritada hecha con huevos y grosura de animales, especialmente torreznos o sesos, alimentos compatibles con la abstinencia parcial que por precepto eclesiástico se guardaba   los sábados en los reinos de Castilla” (RAE), “lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los do

En un lugar de la Mancha

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Queridos amigos: Comenzamos el curso y este año vamos a caminar con el ingenioso hidalgo don Alonso Quijano, cuya vida fielmente fue retratada por el caballero de la triste figura Miguel de Cervantes. Para ello contaremos con la ayuda de dos escritores procedentes de la periferia peninsular: el vasco Miguel de Unamuno y el valenciano José Martínez Ruiz, Azorín, quienes buscaron el alma del manchego en sus respectivos libros Vida de don Quijote de la Mancha y la Ruta de don Quijote . Pero, ¿dónde vivió don Alonso Quijano? Consciente de la importancia que tiene el paisaje, puesto que “somos hijos de la tierra, y de la tierra nos llega la raíz de nuestros futuros desemvolvimientos; la esencia del paisaje que nuestros ojos ven desde niños vienen luego a formar la esencia de nuestro espíritu ” (J.M. Salaverría. Las sombras de Loyola ). Porque “aquellos paisajes que fueron la primera leche de nuestra alma, aquellas montañas, valles o llanuras en que se amamantó nuestro espíritu c